martes, 22 de septiembre de 2009

Sujeto a espacio

¡Adelante! -dijo la señorita del mostrador-. Caminé presintiendo lo peor.

Había echo el recorrido de la casa de Ana al aeropuerto sin ningún tipo de inconveniente. Me iba prácticamente en vivo, ni chance de echarme un coyotito antes de irme, sabía que si dormía no me despertaría ni un volcán, ya tendría tiempo en el avión de dormir todo lo que quisisera. Un baño con agua fría, dos huevitos estrellados con pan y la última Mahou que quedaba en el frigo me apasiguaron la cruda producto de "mi despedida" la noche anterior.

Dejé el departamento limpio y ordenado, una nota de agradecimiento para Ana y la puerta la cerré como si cerrara uno de los capítulos de mi vida. El tiempo lo llevaba más que controlado, lo suficiente como para ir caminando plácidamente por los pasillos del metro, luego fueron los del aeropuerto, con mi mochila montañera en las espaldas. Me despedía de Madrid, en cada aliento trataba de quedarme con ese aire y llevarlo conmigo siempre, porque la primera vez nunca se olvida.


El primer escalofrío lo sentí al ver tanta gente en el mostrador de Aeroméxico, había mucha más de la que creí. Unos cuantos mochileros acostados en el suelo con todas sus cosas, otros sentados en las mochilas, vasos desechables de café, revistas y bolsas de comida sobre el piso, eso era un auténtico camping. Rápido me formé en la fila con boleto y pasaporte en mano, no quise averiguar ni peguntar, los murmullos de la gente decían cosas pero no quería saber nada, hasta que me llegó la hora y la señorita del mostrador me confirmó mi mal presagio.

No hay vuelos hasta el veinte –dijo- con el rostro serio y esperando a que respondiera pronto mirando por detrás de mí donde continuaba una larga fila que fue creciendo sin darme cuenta.
Estábamos a tres y las agruras me estában quemándo la garganta. ¿Alguna alternativa? –Pregunté con la voz entre cortada- y sintiendo mi sudor resacoso deshielandose por mi cuerpo. Pues no, -dijo-, fue un contundente NO. Salvo alguna cancelación de última hora, pero hay mucha gente antes que usted. Después de esa respuesta no había más vuelta que darle. Me retiré del mostrador cabizbajo, con ganas de vomitar, preocupado por mi situación, tragué saliva sin saber que haría ahora, qué sería de mi, ...y ahora quien podrá ayudarme... pero esta vez ni el chapulín podría salvarme.

Dos pasos más adelante se me acercó una chica con papel y bolígrafo en mano, ¿Quieres anotarte en la lista de espera? –Dijo- sin más rodeos, ni saludos protocolarios. Mi rostro decía mucho más que cualquier respuesta, vi la hoja que traía, uno de los lados ya estaba repleto de nombres y el otro iba a la mitad. -¿Cuántos son?- pregunté lo más sereno que pude, somos 102, (cualquiera se viene abajo) Sentí como si me dieran un gancho preciso en todos los riñones y me reventaran un balde de agua fría en la cabeza, pero los golpes apenas empezaban.

Solté un gran suspiro, la chica sonrió como burlándose de mi situación (quizá malinterpreté el gesto) -tranquilo ya no puede estar peor- dijo en un tono relajado y entre risas. Era claro que estábamos en situaciones diferentes y me la pasé unos segundos en silencio maldiciendo a ella y a todo el mundo por lo que estaba pasando, pero guardé la calma y pude mantener el tipo. –Sólo tienes que cooperar para que te guardemos el lugar- enfatizó justo antes de que plasmara mi nombre en la hoja, ¿Qué? –quise pensar que había escuchado mal-. Sí, -continuó cínicamente-, pedimos una cooperación voluntaria de "mínimo dos euros" para guardarte el lugar. Al instante me detuve y sonreí, nunca pensé que pudiera sonreír ante aquel caótico momento.

Me carcajee lo más que pude, de pronto las carcajadas salían con rabia haciendo que la adrenalina me subiera hasta la cabeza, y entonces ocurrió; le arrebaté la hoja rompiéndola en mil pedazos mientras la baba me escurría por la boca entre mentadas de madre y maldiciones al más puro estilo chilango. De pronto sentí empujones, puños y patadas, yo empecé a repartir a diestra y siniestra, la chica salió volando después de un tremendo empujón propiciado por mi furia y a la señorita del mostrador le destrozó la nariz una backpack arrojada por algún desquiciado. Mi cabeza se fue a golpe de chivo contra otro malnacido y caimos al suelo enredados a golpes, para su mala suerte quedé yo arriba y su cara besó el suelo repetidas veces botando pedazos de dientes y sangre regada. Volaron maletas, ropa, y me reventaron una botella en la nuca que lo único que hizo fue abrir el gas ante el fuego que ya tenía encendido en cólera. Sólo sentía los huesos rotos de quien sabe quien en mis nudillos y codos. Se había armado una campal brutal ante los ojos incrédulos de la gente que iba pasando con sus carritos y los que se encontraban en otros mostradores, estos se apartaron haciendo un rondo cual “mosh pit” metalero mientras los policías, con macanas en mano, se acercaban rápidamente a nosotros, grave error.

De qué te ríes -preguntó la chica-, Vas a cooperar o no. Mis ojos volvieron en si, tuve que ser lo más pacífico posible. Lo siento, -dije-, no traigo dinero, le devolví la hoja y el bolígrafo.
La cruda me hacía estragos en el estómago y me indignó de sobre manera ver como un grupo de hijos de la chingada, en la misma situación que yo y mucha más gente, se habían apropiado de la lista de espera, y aún más, organizados como auténtica mafia, pedían una “cooperación voluntaria” mínima de dos euros (pero que estupidez es esa) para ocupar el lugar siguiente. Cómo desee haber explotado en ese momento.
Mi sonrisa continuó durante unos minutos, seguí alejándome del mostrador hasta que me recargué abatido en una columna dejando caer mis veinte kilos de mochila al suelo viendo aquel montón de personas alrededor del mostrador y los que hacían fila sin saber la caótica situación o queriendo saber cuando iban a poder regresar a casa.
Tomé aire con la certeza de que no me iba a poder ir pronto, eso lo tenía más que claro. Por mi mente empezaron a pasar todas las cosas que se estaban cocinando del otro lado del charco; entonces dejé de sonreír. El trabajo y las deudas que tenía (que se subsanarían de esos trabajos) era lo que más me preocupaba.

"Que onda mi hermano, escuché que te vas a dar el roll por las Europas, me dijo Juan entre empujones y con una caguama en la mano. The hand that feeds, retumbaba por todas las paredes de la casa del Chipo. Si, me voy un rato, a ver que se cuece por esos lares -le dije-. ¿Y cómo andas de varo? Dicen que sale cariñoso brincar el charco, -peguntó- jalándole las patitas al diablo. De pronto pasaron Mónica y Susana frente a nosotros y fue inevitable no voltear a verlas. Voy bien, -dije- entre el caminar gitano de Susana y las risas tontas de Juan, tomé la caguama y le di un buen trago".

Pero la realidad es que mi presupuesto comprendía la lana que me habían dado por mi lap top, el generoso préstamo otorgado por mi padrastro y que tenía que empezar a devolver rigurosamente tal día, y lo demás, lo conseguiría mediante la tarjeta de crédito. Me había planteado una estrategia para retirar una cantidad razonable cierto día que se ajustaba con mis tiempos de viaje y así poder ingresar la lana antes de un mes para que no me empezaran a cortar los dedos, todo esto porque ya tenía casi cerrados unos asuntos que se harían realidad no más pisar de nuevo el añorado DF.
Ya en el viejo continente, el presupuesto me lo fuí gastando de acuerdo al plan, llegue a los últimos días bastante bien de lana pero al final me entró la eufória en los bares y las fiestas, y me lo quemé todo un día antes en mi "despedida" con unos paisanos, desestimando cualquier imprevisto. No podía salir nada mal.

"Pidanse otras chelas yo invito, total me voy mañana, ya pagaré cuando llegue, y ahí se fueron los últimos euracos. El bar de Malasaña estaba lleno, fuí con el Juancho, la Rata y Carbajal unos mexicas amigos de Ana, bien cotorros. Había guardado un poco de dinero para comprarle recuerdos a mi familia y lo necesario para ir al aeropuerto, pero total, era la última noche y yo que andaba reconquistando la madre patria tirando el rostro, porque no más me encarrilaron a Luz, una amiga de las amigas de mis paisanos y terminé dejándole ir todo el !v... iva México! bailando cha cha chá entre las sábanas de una cama desconocida".

La aventura estaba cantada, todo iba de acuerdo al guión, me la había pasado de lujo, mi primera experiencia del otro lado del charco era memorable y digna de contarse con unas frías entre los cuates. Salvo el asunto de regresar a casa, de tener un boleto sujeto a espacio y querer subirme al avión en pleno agosto.

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